"El escritor". Relat finalista al concurs de relats per a gent gran, Fundació la Caixa
Cuando el escritor subió al tren, recordó que debía acabar el relato para el concurso, de manera que le pareció buena la idea de aprovechar el largo trayecto que tenía por delante para poder terminarlo.
El sueño acumulado por el desvelo nocturno, a causa de aquella pesadilla recurrente, solo le permitía un estado de alerta muy precario y por ese motivo no advirtió la presencia de aquella figura acurrucada en un rincón, que parecía una bestia feroz a punto de saltarle al cuello y clavarle las garras sin piedad a cualquiera que se le cruzase.
Cuando el escritor se dio cuenta fue demasiado tarde, a derecha y a izquierda, el vagón estaba vacío… con instinto protector, buscó, con avidez y con la mirada, algún objeto lo suficientemente fuerte como para arrearle un buen estacazo en caso de necesidad, la figura tenebrosa seguía envuelta en su propia sombra, pero al darse cuenta de que dormía, la amenaza le pareció menor.
Se tomó un respiro y calibró varias cosas: “¿Qué era aquello?” “¿Se despertaría?” “¿Le atacaría?” “¿Podría bajar del tren en el siguiente apeadero?”, y en ese caso… “¿tendría tiempo de acabar el relato para el concurso?”...
Sumido en sus incertidumbres y temores, pasó de largo, no solo del siguiente apeadero, sino de todos los siguientes. De todas formas, la figura tenebrosa seguía durmiendo.
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Se despertó sobresaltado, con rastros cardíacos sobresaltados también, porque no era la primera vez que se repetía aquel extraño sueño : un tren, un relato a punto de acabar, una figura tenebrosa en el rincón, un apeadero que nunca llegaba…
Pensó que podría ahuyentar la pesadilla si se disponía a convertirla realmente en un relato, de manera que abrió el portátil y a la luz azul-violeta que surgía de la pantalla y que le robaba la melatonina necesaria para conciliar el sueño, tecleó un largo tiempo, sin saber demasiado ni lo que escribía ni lo que quería escribir. Él, que no hacía nada sin meditar, que no abordaba ninguna tarea sin antes haberla organizado y pensado bien, dejó que las palabras fluyeran solas , como si sus dedos tecleantes obedecieran alguna emoción inexplicable.
Sumido en la ficción no se percató de que había escrito, no una hora ni dos, sino hasta el alba…
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Después de algunos meses en los que se fue repitiendo el mismo ciclo de pesadilla-relato, todos los días subiendo al tren solitario, todos los días urgiéndole la necesidad de terminar lo inacabado, todos los días un viaje sin descanso, todos los días aquella figura inquietante… algo cambió.
En el sueño, el escritor acercándose con recelo , advirtió (o le pareció) que aquella sombra acurrucada en el rincón nunca podría hacerle daño porque en realidad no existía, porque solo era un producto onírico, una proyección de sus miedos e inseguridades… Se le acercó más, le tomó la mano, le levantó el semblante escondido y le habló.
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Esta vez no le despertó el sobresalto ni la sudoración provocada por el ritmo cardíaco acelerado, se despertó porque sí, sin más, pero igualmente siguió con la rutina aprendida, abrió el portátil y a la luz azul-violeta que surgía de la pantalla y que le robaba la melatonina necesaria para conciliar el sueño, tecleó un largo tiempo… Pero como en esta ocasión, sí sabía qué quería escribir, aprovechando los escritos antiguos, que ahora le parecían interesantes , narró largo y tendido sobre un hombre que, agazapado en sus miedos, atrapado por la inseguridad que le había otorgado una historia personal algo complicada, emprendía un viaje en tren acompañado de todo ello y que acababa llegando donde siempre había querido ir, después de haber conversado con ellos, con sus miedos, los que habían permanecido ocultos bajo el aspecto amenazante de una figura acurrucada en un rincón, parecida a una bestia feroz a punto de saltarle al cuello y clavarle las garras sin piedad a cualquiera que se le cruzase, pero que ahora, inexplicablemente, le parecía amiga y compañera de viaje.
Glòria Vendrell Balaguer
Octubre 2023
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