Judaisme, cristianisme i el nostre torn


La nostra societat occidental impregnada, conscient o inconscient, de criteris cristians, especialment en els temps que correm , mostra rebuig a les seves arrels, segurament per un procés del tot necessari de purificació a conseqüència de tantes distorsions i de tants errors històrics. 

Dit això però, no està de més que de tant en tant despullem la ment dels “ judicis a priori” i ens deixem sorprendre pel cristianisme genuí i per tot el que té de fresc i d’alliberador, sempre que aquest ho és debò.

Robert Aron : “ Los años oscuros de Jesús “

La paradoja cristiana es difícil y sorprendente: sacralizar lo que es profano, elevar hasta Dios lo que por esencia repugna a toda elevación, inyectar dosis de lo sagrado en un universo inerte, elementos de luz en el seno de la oscura materia: eso obliga a esfuerzos, a transposiciones que el judaismo ignora
(...)
En el cristianismo, integrado al mundo latino, y que debe encontrar lo sagrado en un universo profano, será necesario nada menos que un Dios que se convierte en hombre. 

Después de transcurridos dos mil años, la religión nacida de Jesús ha realizado su tarea histórica: extender el
monoteísmo en el seno de la idolatría, hacer penetrar a lo sagrado en el universo profanado por los paganos y hacer así a Dios accesible para aquellos a quienes todo desviaba de él.
(...)
¿Qué puede exigir nuestro tiempo? Que se resuelva una vez más el problema fundamental de toda vida religiosa, que es el de lo sagrado.

Por dos vesces, lo hemos visto, a dos mil años de intervalo, ha sido resuelto. Hoy, después de dos milenios, ¿sabremos todavía resolverlo? 

La primera vez, fue la solución aportada por Israel. Estando el mundo consagrado a Dios en cada uno de sus elementos, el hombre debía tomar consciencia de esta presencia divina, y elevar el universo al conocimiento de los misterios que le impregnaban. De aquí los ritos, las bendiciones adaptadas a cada nuevo instante que se insertaba en la historia. De aquí las reconstituciones que conmemoraban el pasado y vivificaban la tradición. De aquí la alianza eterna, siempre actual, que religa sin cesar la una a la otra, la invariable permanencia del universo y la efímera fragilidad de los seres humanos.

La segunda vez, fue la solución aportada por el cristianismo. Como el mundo, bajo el efecto de la presencia romana, perdía su carácter sagrado, como el universo profanado se ordenaba no ya según un plan divino, sino en función de los intereses y de las concepciones idólatras, era necesario, para restablecer la armonía, forzar la dosis de lo sagrado, allá donde subsistían sus enclaves, en el dominio religioso. De aquí las llamadas a lo sobrenatural, la multiplicación de los milagros, los misterios de transfiguración que permitieron durante dos mil años al Dios del monoteísmo mantenerse y progresar, a pesar de la opacidad del mundo.

La tercera vez es nuestro turno (... El racionalismo de origengrecolatino, alcanza en nuestros días su paroxismo: no se limita ya a dirigir hacia altares humanos al fevor de las religiones, destruye todos los altares y suprime las religiones. El drama, pues, se precisa: su naturaleza no ha cambiado: permanece en el enfrentamiento entre el espíritu bíblico que cree en el carácter inspirado del universo, es decir, en su carácter a la vez humano y divino, y el espíritu romano, que considera al mundo como repleto de fuerzas ciegas, que la inteligencia humana explora, descubre, pone en obra, sin poder modificarlas. El hombre, para el grecolatino. es el contramaestre o el ingeniero de este inmenso campo de fuerzas que constituye el universo. Para el semita, es una de esas fuerzas, la más consciente, la más activa, aunque al mismo tiempo la más débil y la más frágil.

Fragilidad de Jesús (...)
Fragilidad de Israel (...)

Hace dos mil años, como dos mil años antes, hace dos veces dos mil años, —en cada uno de esos grandes virajes de la historia de Dios sobre la tierra que han marcado la liberación del mensaje judío y la del mensaje cristiano—, lo sagrado se manifestaba en el mismo momento del año, en las celebraciones pascuales, es decir, sucesivamente, en la Pascua judía y en las Pascuas cristianas.
(...)
La cena Pascual no es ya, como para la Pascua judía, la reconstitución exacta y concreta de un episodio verdadero de la historia. No es ya una comida entre las otras, de la misma naturaleza que las otras, incluso si se acompanya de una mayor solemnidad. Se prepara para convertirse en el cumplimiento de un misterio al que los alimentos mismos participan transfigurándose. El pan se convierte en el cuerpo de Cristo, el vino se convierte en su sangre.
(...)
Así, Pascua o Pascuas se adaptan a las dos condiciones de lo sagrado que con dos milenios de intervalo, representan Israel y el cristianismo.

Hoy en que, dos mil años más tarde, las religiones para sobrevivir, deben elaborar una nueva encarnación de lo sagrado, ¿hacia qué Pascua se dirigen? ¿qué Pascua vamos a celebrar? Lo que es seguro es que la alianza continúa: la berith del Sinaí, concluida hace milenios para consagrar a Israel al Dios único, se renueva y se prolonga en un tiempo en que su culto es negado. ¿Se preparan así quizá los elementos de una nueva Pascua, de un nuevo sentido de lo sagrado? 

Porque lo sagrado, ¿qué otra cosa es sino una sucesión de conquistas efectuadas por Dios sobre el feudo de sus adversarios aparentes? Conquista de Dios sobre la idolatría primitiva y permanente, tal era y tal sigue siendo lo sagrado para el judaismo. Conquista de Dios sobre la idolatría evolucionada de los grecolatinos, tal era y tal sigue siendo lo sagrado para el cristianismo. Conquista de Dios sobre los mecanismos actuales del pensamiento materialista que le niegan, tal será lo nuevo sagrado al que nuestro tiempo aspira. Los incrédulos mismos, al revelar los misterios del mundo que disputan a Dios, participan a su advenimiento; a veces incluso experimentan o inspiran su necesidad.



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