Déu i la història


Déu és el mateix i és u, se li digui com se li digui. Altra cosa és com vivim aquesta realitat divina: com a possibilitat, com a presència, com a idea, com a ent totpoderós aliè a nosaltres o com algú enamorat de la seva creació i que per tant l’acompanya, l’esguarda, la protegeix i l’estima.


Robert Aron : “ Los años oscuros de Jesús “

Que haya habido gargantas humanas para pronunciar el Shemá, oración del monoteísmo; que haya habido otras para doblar sus entonaciones guturales, para atenuar sus acentos vehementes formulando la ley del amor; que haya existido Abrahán y que haya existido Moisés, esos intérpretes humanos de una ley que les sobrepasa; que haya existido Jesús, por quien se hizo la inserción de lo sagrado en el mundo pagano, constituye una de las pocas pruebas históricas, que permite, salvo ilusión, creer en un más allá.

Siendo la otra ese fenómeno extraordinario de la alianza, de la berith, que, en un mundo en donde todo muere, donde todo desaparece, las naciones, las religiones o los hombres, confiere una duración insólita a los agrupamientos humanos con los que está concluida. Duración insólita de Israel, el más atormentado, el más castigado, el más perpetuamente amenazado de todos los pueblos, y cuya inaudita permanencia constituye la mejor prueba de la existencia de Dios. Duración también de la Iglesia que comparte con Israel, y por las mismas razones sin duda, el asombroso privilegio de desafiar todos los asaltos y de sobrevivir a todos aquellos que se esfuerzan en destruirla.

Tales son algunas marcas de la historia de Dios sobre la tierra. Pero, al mismo tiempo que aparecen esos factores divinos, su trayectoria eterna es, si se puede decir así, retocada en cada 
instante por factores humanos. El hombre, por la 
estructura misma de su ser, de su espíritu, repugna a la Eternidad y desconfía del absoluto. 
Para poder asimilarlas, para poder tolerarlas, le es necesario relatarse sin cesar historias al margen de la Historia.
(...)
Es un poco como un habitante de los suburbios que se pasea el domingo bajo las bóvedas de una catedral, y se sintiese poco cómodo. Tiene deseos de alumbrar cirios interesados, de colocar ex-votos, e incluso de escribir graffiti sobre los muros del monumento. La historia de Dios sobre la tierra está en parte hecha de semejantes familiaridades humanas, de semejantes reivindicaciones, de semejantes facilidades.Un viraje en la historia de Dios no es, pues, una nueva puesta en cuestión de las verdades reveladas, es una nueva puesta en cuestión del hombre a quien fueron reveladas. Este, en los momentos de gran crisis, siente remontar en su conciencia todos los pánicos primitivos, todas las rueldades originales que, durante algunos pobres siglos, esos instantes de la eternidad, la revelación había tratado de eclipsar. Reincide y formula exigencias que no tienen a menudo nada que ver con las condiciones de la alianza: reclama para su dicha individual, quiere ser consolado, quiere ser recompensadoY Dios, para continuar su inserción en la historia, para evitar el finalizar en un atolladero o en un abismo, está obligado a consentir las concesiones reclamadas por su criatura. Podría hacerlo con disgusto, tolerando lo que no puede evitar, haciéndose cargo de las debilidades y de las ignorancias humanas. Pero como el hombre es, desde el principio, el agente de su voluntad, la materia primera de su obrar y la condición de su obra, el problema que ante él se plantea es, 
a partir de las pequeñeces humanas, edificar una nueva grandeza, a partir de los defectos humanos abrir un nuevo camino que conduce a la perfección.

Cada insuficiencia del hombre debería, en definitiva, servir a la grandeza de Dios. Cada banalidad, cada debilidad de su naturaleza plantea una nueva paradoja: de paradoja en paradoja la historia de Dios se cumple.

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