"El Universo para Ulises" de Juan Carlos Ortega



Me'l va recomanar la meva filla Alícia. El vaig començar amb les expectatives justes, però ha resultat ser fascinant, desvetllador, conciliador, enginyós i fins i tot divertit! 

És curiós perquè fins i tot en allò que estic en desacord, hi trobo un punt d'acord meravellós. Feia temps que no llegia un llibre d'aquestes característiques que m'enganxés tant!

A continuació destaco sense cap fil ni ordre, alguns fragments, que si més no a mi, que sóc una analfabeta científica, m'han causat emocions que no hagués imaginat. La prova del que dic és que m'ha costat moltíssim seleccionar-los.

Estic pensant que li podria canviar el títol al llibre i anomenar-lo "El universo para Glòria"

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(...) Las preguntas dan alegría sin necesidad de ser contestadas, incluso aunque éstas no tengan jamás una respuesta precisa. 

(...) Muchos se ríen de esos hombres antiguos que pensaban que nuestro planeta se parecía a una lámina de papel extendido. Yo, como sabes, no puedo reírme de ellos. La idea de que en el pasado hemos estado equivocados nos da una pista magnífica acerca de lo mucho que podemos estarlo en el presente. 

(...) Las matemáticas ofrecen pistas que resultarían invisibles sin ellas. Son como un guía mudo, prudente y metódico, que nos va señalando el camino cuando estamos perdidos. No causan estruendos, no gritan. Simplemente apuntan en una dirección a los que saben interpretarla. 

(...) Lo elegante tiene más probabilidades de ser verdadero. Y la existencia de esos números enteros, por su pulcritud y pureza, era indiscutiblemente un hecho de gran elegancia. 

(...) Dalton tuvo, sin duda, un pensamiento similar a éste. ¿Por qué la naturaleza era tan metódica, por qué la realidad amaba tanto los números sin decimales? ¿Qué se escondía tras esos enteros? Dicho de otro modo, ¿por qué la existencia se empeñaba en comportarse de un modo tan descaradamente hermoso?  

(,,,) ¿Te das cuenta, Ulises? Según nuestro altísimo y bonachón amigo de voz grave, dentro de ti hay miles de millones de trillones de sistemas solares. Están en tus pestañas, en tus cabellos, en la planta de tus pies, en los bocadillos de salchichas, en las nubes, en el pico de los pájaros, en los trocitos de hielo, en los granos de arena. Absolutamente en todas partes. 

(...) Todo lo que ves está formado por átomos y ellos son, en casi su totalidad, espacio vacío. La silla en la que te sientas a cenar, la misma cena que comes, tu boca, tus manos, yo, el autocar que te lleva al colegio, absolutamente todo, a nivel microscópico, se desvanece. No es casi nada. Más del 99,9999999 por ciento de la materia es profundamente hueca. La férrea realidad que creemos ver a diario no existe como creemos percibirla. Eres, casi por completo, espacio vacío. Cuando tu mano toca una mesa y se oye un ruido, te da la impresión de que todo es sólido. La idea del vacío parece quedar desmentida por la sensación que tienes al golpear las cosas. Pero esa impresión es una ilusión. En verdad, presionas cosas porque los electrones externos de los átomos de tus manos repelen los electrones externos de los átomos de las cosas que tocas. Pero todo es hueco, hijo mío. El universo, tal como nos enseñó Rutherford, es un escenario rotundamente desocupado. 

(...) Estética, la razón y la emoción, dos elementos de la condición humana que muchos se empeñan en separar pero que, juntos, y sólo juntos, nos definen como lo que realmente somos. 

(...) La idea de que Dios se comunica con nosotros a través de las leyes naturales no era nueva. Galileo ya había defendido algo similar cuando afirmó que el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático, y que sólo mediante su comprensión podemos acceder a la mente del creador. Kepler, el científico que descubrió que las órbitas de los planetas no son circulares sino elípticas, consideraba que Dios era el Gran Geómetra, 

(...) Suele decirse que nada es interesante si no se puede explicar en pocas líneas. 

(...) A pesar de las contradicciones que eso conllevaba, el mérito de Einstein fue seguir amando la realidad, aun sabiendo que era profundamente extraña. No quiso cambiarla, sino entenderla tal como era. Si la naturaleza era rara, la querría igual siendo rara, pero no intentaría hacer piruetas matemáticas para que se volviera normalita. Era extraña y así había que aceptarla. Y lo hizo. Y ese amor desinteresado a la naturaleza provocó la mayor revolución registrada en la historia de la ciencia. 

(...) Nunca nos fue necesario captar la imagen de la cuarta dimensión para gozar de la vida. Ése es el motivo por el que no podemos apreciar las trayectorias reales de los cuerpos en movimiento, la suma de los puntos que representan todas las posiciones en las que han estado. Pero el universo es así, aunque no podamos imaginarlo. El espacio y el tiempo se fusionan y forman un tejido nuevo, tan real como el espacio que vemos a nuestro alrededor. 

(...) Es importante que tengas claro que todo esto no es ciencia ficción. Cuando Einstein dice que vivimos en un espacio-tiempo de cuatro dimensiones quiere decir exactamente eso. Igual que los personajes planos de las películas no pueden salir de la pantalla y vivir en tu mundo de tres dimensiones, tú tampoco puedes «saltar» a la cuarta dimensión, pero ésta existe para ti, igual que la tercera dimensión existe para los tipos de las películas planas. 

(...) El pasado no desaparece por completo, simplemente queda diluido en la distancia. La unión de espacio y tiempo es escalofriante. 

(...) Cuando la Luna gira alrededor de la Tierra, está describiendo esa órbita circular porque la masa terrestre ha combado el espacio-tiempo, deformando lo que era una línea recta para convertirla en un círculo. Nosotros, pobres seres tridimensionales, no podemos ver esa curvatura, porque se produce en una dimensión adicional. Pero la naturaleza no tiene la culpa de nuestras limitaciones dimensionales ni de la falta de imaginación que eso nos provoca. 

(...) Al igual que la existencia de la cuarta dimensión temporal, la dualidad onda-partícula —como ahora se la conoce — es algo que sobrepasa la capacidad imaginativa de nuestro cerebro. Pero eso le da exactamente igual al universo. Él no está aquí para que podamos encerrarlo en nuestra cabeza; sólo está. 

(...) La física del siglo XX nos extraña únicamente porque habíamos cometido el inmenso pecado de dejar de extrañarnos. Vivíamos en un mundo que creíamos conocer, lleno de certezas, y habíamos dejado de maravillarnos. 

(...) Si te vuelvo a ser sincero, te diré que a mí me resulta igualmente insólito tanto que el tiempo se ralentice en un objeto en movimiento como que no lo hiciera en absoluto. Lo que me inquieta es la mera existencia del tiempo. 

(...) Los electrones son algo que tiene mucho que ver con nosotros. Estamos llenos de ellos. En tus manos, en tu lengua, en tus párpados, en cada uno de tus cabellos, en tus ojos se encuentran burbujeando ahora mismo centenares de miles de millones de ellos. Estamos constituidos por partículas subatómicas y, como si se tratara de lo más normal del mundo, te suelto que son dispersas y difusas. En su esencia, nadie lo entiende, y el pecado que cometemos todos es hablar simulando momentáneamente que tenemos claro lo que estamos diciendo. 

(...) Cuando la biología empezó a entenderse de un modo más o menos profundo, se vio con claridad que las leyes necesarias para que exista la vida debían ser exactamente las que son. Cualquier variación, por mínima que fuera, en alguna de las múltiples variables, y la vida no hubiese surgido jamás. 

(...) El hecho de que considere el libre albedrío como algo demostrado no implica que pueda darse una explicación acerca de él. La gravitación también era un hecho para Newton, pese a no tener ni la más remota idea de cómo podía funcionar. 

(...) Siempre que algo viene a simplificar el mundo, nos trae también un asombro añadido. La complicación nos crea aturdimiento.

(...) ¿Cómo es posible que la existencia de tantas cosas distintas se deba sólo a unas cuerdecitas que vibran en distintas frecuencias? Cuando empleo aquí la palabra todo, no estoy siendo poético, sino riguroso. Me refiero a todo: tus ojos, tus emociones, tu casa, el suelo que pisas, la galaxia de Andrómeda, el planeta Urano, tus uñas, la lluvia, las palmeras, el pescado congelado, el cartón. Cualquier cosa que puedas nombrar e imaginar no sería más que la suma de muchas cuerdas que se balancean en un universo de once dimensiones y de las que sólo podemos ver cómo asoman tímidamente una patita. El tamaño de esas cuerdas, según los cálculos matemáticos, tendría que ser extraordinariamente pequeño. Un protón, esa partícula diminuta hasta el vértigo, sería miles de millones de millones de millones de veces más grande que una simple cuerda. El universo, Ulises, es realmente demencial. 

(...) Sea como fuere, la narración de los hechos por parte de la ciencia comienza unas fracciones de segundo después de la gran explosión. Antes todo el mundo se hace un lío tremendo. 

(...) Lucrecio ha dado en el clavo. El problema de la creación desde la nada no tiene nada que ver con la aparición de partículas en el vacío cuántico, sino con la creación de las leyes naturales que deberán de ser después obedecidas por esas mismas partículas. Y eso es un rematado misterio. (...) ¿cómo pudieron surgir de la nada las leyes que posibilitan la creación de un universo desde la nada? 

(...) Muchos científicos opinan que la probabilidad de que esto sea así es muy grande. Afirman incluso que no es descartable que se generen universos de forma constante, y que todos ellos estén separados de nosotros por distancias que podrían ser ridículamente minúsculas. No los veríamos, simplemente, porque se encontrarían en otra dimensión física que no podemos señalar. 

(...) Todo tiene que ver con nuestra capacidad para saber que estamos aquí. Piensa en una piedra, por ejemplo. Aunque definirla es algo muy complejo (sobre todo después de habernos paseado por las extrañezas cuánticas), al menos podemos decir que, en cierto modo, ella está. Puede tratarse de un cúmulo borroso de ondas-partículas, o de quarks, o de cuerdas danzarinas, o de lo que demonios se les ocurra a los físicos en las siguientes décadas, pero la piedra está. Sin embargo, nosotros, además de parecernos en eso a la piedra (como ella, también estamos), tenemos una característica suplementaria: sabemos que estamos, tenemos conciencia de nosotros mismos. 

(...) ¿Cómo puede surgir la conciencia si no somos más que un enmarañado montón de átomos moviéndose alocadamente? ¿De qué modo la materia ha logrado saber que es materia? 

(...) La capacidad de la materia para ser consciente de sí misma me ha generado siempre tremendos quebraderos de cabeza. Simplemente, no puedo entenderlo. Cierro los ojos, me esfuerzo, pongo la mente en blanco, me relajo, hago todo lo que buenamente se me ocurre para afilar la razón (si es que ésta puede ser afilada), y lo único que consigo es ver el misterio todavía mayor. O quedarme dormido. ¿Qué hacer, entonces? ¿Damos por supuesto que es un enigma irresoluble, o intentamos darle una respuesta, cueste lo que cueste? Tal vez, con este tema, deberíamos sólo disfrutarlo. Saborear el misterio, dejarse empapar por él, también es una actividad gratificante. La sensación que genera enfrentarse a algo que supera nuestra capacidad intelectual no es necesariamente negativa. Si vencemos el orgullo infantil de nuestra inteligencia, podemos incluso pasárnoslo en grande conociendo que jamás conoceremos. 

(...) Quizá es todo lo contrario y los místicos —los de verdad— no sean otra cosa que científicos que no saben que lo son. 

(...) Te estoy hablando de belleza y sin duda habrás notado que, a lo largo de todo el libro, esta palabra ha estado más o menos presente. No es casual. Los científicos están enganchados a la belleza igual que lo están los artistas. A veces, si entorno un poco los ojos y miro la historia de la ciencia difuminándola ligeramente, viéndola como cuando los miopes nos quitamos las gafas, apreciando sólo esos bultos que simbolizan sus logros, no consigo distinguir si estoy mirándola a ella o a la historia del arte. 

(...) Pero no creas que la utilización de este método resta poesía a la realidad. Es un error muy difundido pensar así. Tenemos la idea de que la ciencia, fría y rígida, barre la belleza sentimental del mundo, dejándonos un universo austero y sin sentido del misterio. La realidad es precisamente la contraria. Los misterios más hondos se dan en la naturaleza, sin que tengamos que ir más allá. Por ejemplo, a muchas personas les fascina que pueda existir una enigmática capacidad mental para ver el futuro, cuando lo realmente asombroso es que podamos ver el presente. 




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