Con una claridad insospechada

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Uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad. Carl Jung


PILAR

La señora Pilar, envuelta en cartones y desperdicios, cada día repetía lo mismo cuando iban a verla la pareja de voluntarias de la asociación:

- Vendrá mi marido a buscarme. Viene cada día. Tarda un poco porque tiene muchas cosas que hacer, pero vendrá se lo aseguro...

Hacía un poco de frío. Lo delataba el color azulado de sus piernas, que sin medias ni calcetines, desafiaba a la intemperie. Sus escasas pertenencias estaban dentro de una caja de cartón y de un trotinado carrito de compra . Aquel día había sido muy largo y estaba muy cansada… 

Las chicas de la asociación andaban sobre la pista porqué habían cerrado el cajero automático de la Plaza Real donde sabían que ella dormía , de manera que cuando la encontraron en medio de las Ramblas avanzando y retrocediendo entre la multitud y trajinando con su peculiar equipaje, se ofrecieron para ayudarla y la acompañaron hasta la Plaza Cataluña.

- Prefiero quedarme aquí en el medio de la plaza- insistía la mujer a pesar de que le rogaron insistentemente que se resguardara en algún portal asegurándole que estar al lado la carpa de la pista de hielo no era el mejor lugar para pasar la noche

- No , no, esperaré aquí, vendrá mi marido a buscarme, los portales me dan miedo. 

Las chicas asintieron, la ayudaron a “instalarse”, le ofrecieron turrón y un café con leche bien caliente y la besaron.

- Antes de iros, quedaros por favor un momentito y rezad conmigo porqué hoy es un día especial.

La plaza hervía de gente, el ruido de los coches no lo pudo ahogar, las luces del Corte Inglés bañaban la cara de la señora Pilar, que puesta en pie y con las manos juntas musitaba con torpeza pero con la suficiente claridad para que las chicas de la asociación no pudieran hacer otra cosa que meter el corazón en un puño y mantenerlo apretado hasta no poder más :

- Dios, te doy gracias por todas las cosas que tengo y por tener salud. Te pido por mi marido y por mis hijos y por todas las familias que pasan necesidad… y sobre todo por estas chicas , para que las cuides que han sido muy buenas conmigo, te lo pido Dios…

Se despidieron de ella conmovidas, sabiendo que en el próximo turno la volverían a encontrar sin que las recordara ( como cada vez) y asegurando que “ su marido la vendría a buscar”.

Era la noche de Navidad. Los comercios estuvieron abiertos hasta tarde pero poco a poco en una noche como esa, la gente empezó a desfilar a sus casas y la plaza quedó casi vacía. Y digo casi, porqué quedaba la señora Pilar y algunos más, defendiéndose del frío, del miedo y de la noche, al amparo de un banco, de un cartón o de alguna vieja y maloliente manta.

En medio del sueño callejero latían susurros navideños y villancicos. Su marido no la vino a buscar, pero estrellas pequeñas brillaban en el cielo con una claridad insospechada.

ANDRÉS

Había ido todo el día de un lado para otro recogiendo cosas, ultimando detalles. Había destinado todas las energías que le quedaban en preparar una buena cena y una buena mesa. 

Desde hacía un tiempo que se sentían extraños. Por más que lo había intentado, suplicado y rogado, Andrés no había conseguido sacar nada en claro. Ella seguía absorta y metida hacia adentro. Sospechaba que las cosas habían empezado a ir mal en el momento en que él le dijo que no entendía el matrimonio sin hijos. Ella siempre fue sincera, la maternidad no entraba en sus planes, le daba miedo… En su día Andrés pensó que ella acabaría cambiando de parecer, que la convencería, pero no fue así.

El Caldo humeaba en la olla, los langostinos a punto de flambearse esperaban turno, mientras acababa de ligar la salsa de manzana para echarla encima del asado, sonó el teléfono…

- Llegaré un poco tarde. Han propuesto tomar una copa al salir del trabajo y me sabe mal decir que no.

- ¡Pero a ellos no les espera nadie cariño y a ti sí !- se lo dijo con cariño amargo, con ternura herida, se lo dijo sin pensar y sin darse cuenta de que ya había colgado.

De nuevo le subió a la garganta el mismo gusto ácido de los últimos meses . El mantel blanco con bordados rojos, las velas en los centros de musgo y el centelleo de las luces navideñas del balcón que hasta hacía unos instantes le parecían aliados, ahora se le tornaban estúpidos y vulgares .

Sabía de sobras que no vendría tarde, sabía que no vendría, que pasaría la noche fuera de casa , sabía que aquel desesperado último intento de pasar con ella la Navidad, a sabiendas de que podía ser la última, se había quedado en las puertas. 

En el silencio hiriente latían susurros navideños y villancicos. Andrés se durmió sin cenar y ella no volvió a casa, pero las estrellas insistentes brillaban en el cielo con una claridad insospechada.

LUCAS

A las doce en punto se abrió la vieja puerta de madera de la iglesia y en un suspiro prolongado y agradecido entró Lucas . 

Se alegró enormemente de que no hubieran chirriado los goznes. Recordó la vergüenza que pasaba cada vez que de niño llegaba tarde, cuando el crujido de la puerta delataba su tardanza. Hacía mucho tiempo que no entraba ni en aquella ni en ninguna iglesia, pero por alguna razón inexplicable, aquella Nochebuena, ante el asombro de todos, había decidido ir a la “misa del gallo “.

Todo estaba tal y como recordaba : los bancos dispuestos en filas, el altar de piedra, el retablo de san Esteban, la capilla de los mártires, los libros de cantos, las losas partidas del suelo, la sacristía al fondo , el ambón, las velas encendidas, el olor a incienso…

En el transcurso de la celebración navideña estuvo más atento a su interior que a ninguna otra cosa. Quizás fuera por eso que no se dio cuenta de todas las miradas de las que fue objeto.

Hacía diecisiete años que su madre le dejó en una noche como ésta, justo cuando se disponía a salir de casa, para ir precisamente a esta misa de navidad. Él solo tenía catorce años, pero por más que pasaran, nunca podría olvidar el dolor contenido en aquel día. Fue inesperado, después de cenar- “ voy a arreglarme”- había dicho….

La encontró él mismo, cuando tumbada en el suelo de su habitación , aún tenía el alma en el aliento, y no la dejó un solo instante hasta que los de la funeraria la envolvieron en aquella maldita tela blanca y se la llevaron ante sus ojos atónitos y desgarrados.

Su madre amaba las fiestas y especialmente la Navidad, siempre le había hablado de Dios y le había enseñado a rezar. Lucas nunca entendió el “por qué” de aquel día y mucho menos el de su muerte. Llevaba muchos años enfadado con el cielo y de rebote con la Navidad y con cualquier otra fiesta que se terciara.

La música del órgano y el “ Gloria” cantado a coro por los niños consiguieron des-aletargarle y por un momento imaginó ver a su madre a su lado cantando a pleno pulmón, como si nada. Fue un momento nada más pero suficiente.

Al terminar la misa, la gente pasó a una sala contigua a beber cava i a tomar un poco de turrón para felicitarse las fiestas. Lucas abrió de nuevo la vieja puerta de madera de la iglesia y agradeció otra vez que no hubiera chirriado, no fuera que se diesen cuenta de su salida y de su ausencia… 

En la noche de su vida que duraba ya diecisiete años , por primera vez se oyeron susurros navideños y villancicos… Lucas aguzó el oído y volvió a casa. 

Estrellas hermosas brillaban en el cielo con una claridad insospechada.

JOHARI

Entraron mientras dormían. Fue tan rápido que cuando la gente del pueblo acudió a causa del alboroto, ya no quedaba ni rastro. Solo las sombras y el llanto.

Johari tenía apenas trece años. Sentada sobre una estera tricolor contemplaba con tristeza las otras niñas raptadas : la mirada opaca, los amplios vestidos, los cuerpos ocultos, el tímido lloriqueo , el abismo del alma…

No sabía con exactitud, pero por la alternancia de días y noches, se le figuraba que ya habrían pasado más de ocho semanas.

Los primeros días se negó a dormir. No podía. El corazón vigilante le decía que alguien vendría a rescatarlas, que era necesario estar despierta para ello. Poco después sin embargo, se arrepintió de haber estado en vela tanto tiempo. 

Se decía que algunas habían sido llevadas a otro sitio, aunque nadie sabía con qué intención. Johari fue una de ellas , pero no explicó nada. Se mantuvo en silencio. Era tan oscuro y tan vil el daño sufrido , que la sola idea de explicarlo o de recordarlo la retorcía por dentro.

Fuera crepitaba la noche y el viento mecía los árboles, pero allá dentro no pasaba nada. Fuera el mundo celebraba la Navidad, pero allá no celebraban nada . Fuera de allí Johari era libre y era niña, pero allá dentro no era nada.

Leves susurros navideños y tibios villancicos llegaron hasta ella desde la lejanía incierta, pero Johari se tapó los oídos para no escucharlos…

Y el caso es que para Pilar, para Andrés, para Lucas y para Johari, todas las estrellas siguieron brillando en el cielo con una claridad insospechada.

Glòria Vendrell i Balaguer
Octubre 2014



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