Retalls del llibre "Cerebroflexia" del David Bueno


Sempre m'ha interessat la neurologia, per això , posant pel davant la meva absoluta ignorància al respecte, de tant en tant m'apropo humilment a aquesta disciplina tan suggerent i fascinant. Convençuda de que sí que hi ha "alguna cosa més", això no impedeix que em meravelli davant el prodigi de la ciència que em permet conèixer una mica mica, els bocins del que ens fa ser qui som i que m'extasiï immiscint-me en els clots minúsculs de la nostra gènesi. Aquest llibre, com altres que he llegit en altres ocasions, n'és una mostra. 

Com que no pretenc fer cap recensió del libre, més enllà de la tesi central de l'autor , em limito a afegir uns quants retalls que em resulten particularment interessants:
(...) La naturaleza ofrece siempre los espectáculos más fascinantes que podamos imaginar. Esto incluye la naturaleza exterior, que se abre esplendorosa ante nosotros, y también la interior, que se esconde dentro de nuestro cuerpo y que al mismo tiempo proyectamos al exterior con nuestros actos, pensamiento e imaginación.
En este sentido, si la mente humana, con toda su complejidad y heterogeneidad, es solo el resultado todavía no bien comprendido del impulso de unas neuronas, de un sistema formado por miles de neuronas entrelazadas de forma extraordinariamente compleja, o si hay «algo más», es una cuestión sobre la que la ciencia no puede ni debe decidir. Este «algo más» forma parte de las creencias de cada uno de nosotros, y la ciencia estudia, y debe estudiar, hechos materiales tangibles y demostrables a partir de la experimentación –del mismo modo que las creencias deben formar parte de otros campos igualmente importantes de la cultura humana, como son la filosofía o la teología.



(...) En un grano de sal gorda sin refinar, podemos encontrar, de media, alrededor de 1 millón de neuronas. 

(...) Los primeros Homo sapiens vivieron hace algo más de 200.000 años y utilizaban prácticamente las mismas herramientas que los neandertales. Y las continuaron usando hasta hace unos 60.000 a 80.000 años, sin ninguna modificación significativa. ¿Qué ocurrió en ese entonces? Sencillamente, un cambio anatómico en la posición del cuello permitió a nuestros antepasados más recientes incrementar de forma significativa el número de sonidos que se pueden hacer con la boca, la lengua y las cuerdas vocales, y muy en especial les permitió hacer sonidos cortos y perfectamente separados en cuanto al tono los unos de los otros. Es lo que se denomina «vocalización cuántica». Para entendernos, es la posibilidad de pronunciar, per ejemplo, las vocales «ae» seguidas cambiando instantáneamente de la «a» a la «e», sin cortar la producción de sonido y sin entremezclarlo. Este cambio en la posición del cuello, que adquirió la forma de ángulo recto respecto a la cavidad bucal, lo que permite mover mucho más rápido la lengua y hacia posiciones mucho más retrasadas dentro de estas cavidades, es el punto de inflexión que marca la separación entre el Homo sapiens arcaico y el moderno. Es casi seguro que los neandertales ya hablaban, pero su discurso probablemente nos parecería una especie de rap.

(...) Las huellas dactilares y palmares están formadas por crestas y surcos de la capa más externa de la piel, denominada «epidermis», que curiosamente tiene el mismo origen embrionario que el cerebro.Sin embargo, a diferencia de esta estructura del cerebro, que es enormemente plástica y siempre cambiante, las huellas dactilares, una vez formadas al final del segundo trimestre de gestación, ya no cambiarán jamás. También se afirma que son inmutables porque no se pueden modificar. Si se produce un corte o una abrasión poco profunda se regeneran exactamente tal como eran, y si la lesión es profunda y se forma una cicatriz permanente, esta se solapa a las crestas existentes sin alterar su forma. Y jamás reaparecen crestas con una forma distinta a la que tenían.

De hecho, todavía no sabemos a ciencia cierta cómo se termina estableciendo un patrón de figuras dermatoglíficas u otro, pero se ha visto que algunas de ellas muestran una cierta heredabilidad, lo que significa que en su determinación existe un componente genético. Sin embargo, también se ha establecido que el ambiente intrauterino en el que se generan –la alimentación de la madre, el estrés, el consumo de alcohol y otras sustancias tóxicas, así como el hecho de haber padecido alguna enfermedad durante este período, entre otros factores– deja su marca en los dermatoglifos. 

Y de la misma manera se ha visto que también dependen de procesos estocásticos, es decir, azarosos. Por todo ello los dermatoglifos constituyen una prueba «fosilizada» del ambiente en que se ha desarrollado esa persona en una época muy concreta, entre las semanas 10 y 26 de gestación. Por eso decía antes que reflejan el pasado, el del ambiente intrauterino. De hecho, es muy parecido a lo que sucede durante la formación del cerebro, que depende de una base genética combinada con el ambiente en el que se genera y con los azares de la vida.

Hay, sin embargo, una diferencia radical: los dermatoglifos quedan fijados para siempre jamás al final de la semana 26 de desarrollo, y el cerebro se va construyendo y reconstruyendo constantemente, durante toda nuestra vida. 

Este es el motivo por el cual, durante las últimas semanas de desarrollo fetal, los fetos se mueven y dan golpes. Sencillamente, sus neuronas motoras están ensayando si las conexiones que están realizando resultan útiles o no.


(...) La música, como el lenguaje, contribuye a establecer conexiones neuronales concretas, a la cerebroflexia particular de cada uno. De ahí la gran importancia de la formación musical en los estudios reglados, a todas las edades. Disminuir o eliminar las horas de formación musical en pro de una formación más profesionalizadora va en contra del desarrollo integral del cerebro y de las capacidades mentales, que es lo que en última instancia nos ha de ayudar a crecer en dignidad. También esta influencia de la música sobre las conexiones neurales justifica que generalmente las canciones y los estilos musicales que oímos de adolescentes y de jóvenes, la época en que más se activa el cerebro social, puesto que es cuando se aprende a vivir en sociedad, son los que más nos gustan durante el resto de nuestra vida. Unos estilos musicales que no escogemos completamente nosotros, puesto que dependen de las modas de cada momento, del entorno social en el que vivimos y del grupo concreto de amistades que tengamos.

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